Martes, 10 Enero 2023 14:07

Metáfora

Por Alejandra González Mármol

Había una vez un corazón.

Se levantó sobresaltado. Despertó. Despertó de un largo sueño. No comprendía qué pasaba, en qué momento del tiempo estaba. No sabía si había dormido algunas horas, días, años, toda una vida, o varias vidas. Estaba aterrado. Miraba por todas partes, intentando entender qué estaba ocurriendo. Despertó. Sobresaltado y adolorido. Es más, estaba golpeado.

 

Es como si hubiese estado en una cueva o en algún lugar donde no cabía, o no encajaba. Por lo menos, eso sentía. Despertó, sentía dolor.

Miró de un lado a otro. Estaba buscando alguna señal que le indicara algo, sobre todo, quién era. Podía recorrer con su vista el entorno, solo que no reconocía algo familiar. Intentó colocarse de pie y sentía pesadez y tomó reposo, de nuevo. En esa quietud, estuvo poco tiempo, y otra vez sintió sobresalto. Se preguntaba qué pasaba. De repente escuchó una voz que venía del mismo sitio donde estaba. Una voz cálida, dulce, diciendo palabras. Y cada vez que esa voz las decía, sentía opresión, porque el espacio donde estaba se hacía más pequeño. Era extraño escuchar una voz suave con palabras que le hicieran daño. Se aterró más. Y a la vez sentía que esa voz provenía de un ser de luz.

Se descubrió pensando cómo podía darle nombre a suave, daño, luz, si a la vez, no sabía quién era, dónde estaba, en qué tiempo vivía, en qué iba. Decidió esperar para saber si sucedía algo diferente.

Así pasaron varios días, de hecho, meses. El corazón se sobresaltaba algunas veces, y otras veces, estaba calmado. Se cansaba mucho, porque el ejercicio era fuerte en los momentos de sobresalto. Como si estuviera corriendo una carrera olímpica, a toda velocidad, con una carga muy pesada encima. Eso hacía que en los momentos de calma estuviera extenuado, sin serenidad, solo quieto.

Un día escuchó, de alguna parte que aún no comprendía de dónde venía, la siguiente frase: “La intuición es el lenguaje del corazón”. Y precisamente cuando escuchó la palabra “corazón”, se dio cuenta de que se llama “corazón”, y se dijo a sí mismo: “corazón”.

Entró en un remolino de luz y viento donde podía apreciar múltiples colores –resaltaba el color púrpura–, y con ellos, imágenes, sonidos, olores. Lo que más le llamó la atención es que en esas imágenes había formas de una especie que se parecían y a la vez no eran iguales. Estaba un poco perturbado.

Ya que sabía que se llamaba corazón, ahora quería darle nombre a aquello que le ocurría. Cerró los ojos, y lo primero que le vino fue: ansiedad. 

¡Sí! Es eso. La intuición, que es mi lenguaje, me dice que el nombre a esto es ansiedad. En ese momento comenzó a recordar cuando estaba pequeño (no se acuerda exactamente cuándo) alguien le contó que eso ocurre cuando un corazón se siente alterado, va de prisa, corriendo, escapando de algo y, a la vez, sin saber a dónde ir, cuál es la meta. Se siente perdido y con constantes ganas de llorar.

Continúa sin saber qué hacer. De pronto, apareció ese ser de luz nuevamente. Esta vez le habló directamente a él: quédate tranquilo, yo te voy a acompañar a salir del sitio donde estás. Sé exactamente cómo te sientes. Lo mejor de todo es que tú y yo debemos estar conectados para que puedas salir, mientras yo me hago más fuerte. Nos apoyamos y acompañamos.

Corazón le preguntó a esa voz, a ese ser de luz: –¿Quién eres tú

–¡Mi nombre es mente y mi apellido inconsciente!

–¡Hola, mente inconsciente!

–Me puedes llamar MI, si así te parece más ágil.

–¡Claro, MI! Además, me gusta más.

MI le dijo a corazón: –Si te dejas guiar por mí, comenzarás a sentirte como quieres. Por eso, la primera pregunta que quiero hacerte es: ¿Cómo te gustaría sentirte? 

Corazón contestó: –Tranquilo, sereno y alegre.

MI le dijo a corazón: –Tengo el secreto que te dará esos tres elementos al mismo tiempo: tranquilidad, serenidad y alegría.

Corazón inmediatamente preguntó: –¿Cuál es ese secreto?

MI, casi susurrando, le explicó: –Tienes que comenzar el camino del no-camino.

Corazón le respondió: –Eso me confunde más.

MI continuó: –Te voy a hacer otra pregunta: ¿Qué harías si te pido que des un paso hacia ti mismo?

Corazón dijo: –Mmmm, déjame pensar… ¡Ya va! –Dijo casi gritando, acelerado. Esta vez era diferente, acelerado de alegría–. Pensar me lleva a ti. Entonces lo que tengo que hacer es no pensar. Pero como sé que no puedo paralizar el pensamiento, entonces qué hago. ¡Respirar! Voy a aprender a respirar. Mi intuición me dice que es la conexión entre tú y yo. Eso nos hará fuertes a ambos, nos amaremos y lograremos estar donde queramos estar.

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