Martes, 23 Septiembre 2025 14:20

Entrevista a José Alfredo Fuentes

Nunca me dejé llevar por el ego; mantuve los pies en la tierra gracias a mis experiencias tempranas
Por Paul Anwandter

En esta conversación íntima y de largo aliento, José Alfredo Fuentes —conocido por generaciones como “El Pollo”— recorre su trayectoria desde una infancia marcada por la pérdida y la necesidad hasta la consolidación de una carrera musical y televisiva que lo situó en el corazón del público chileno. A lo largo de la entrevista comparte no sólo anécdotas de sus primeros triunfos y del proceso creativo detrás de canciones que se convirtieron en himnos populares, sino también las lecciones personales que forjaron su carácter: disciplina, humildad y un compromiso sostenido con la familia y la obra social. Para mentores, coaches y profesionales del acompañamiento, esta lectura ofrece más que la crónica de una vida: es un testimonio sobre cómo convertir experiencias adversas en recursos personales, cómo proteger el ego en contextos de alta exposición y cómo transmitir valores a nuevas generaciones. José Alfredo reflexiona sobre el oficio —la preparación íntima antes de cada presentación, la importancia de la empatía y el rapport— y ofrece consejos concretos para jóvenes que aspiran a una carrera artística sin perder el sentido y la autenticidad. La entrevista además aborda la tensión entre el romanticismo de la música tradicional y las posibilidades —y riesgos— de la tecnología actual, así como el papel formador de instituciones y referentes en la construcción de vocaciones. Leída desde la práctica del mentoring, cada pasaje puede transformarse en un caso para análisis: diagnósticos de recursos, estrategias de resiliencia y ejercicios para el fortalecimiento del desempeño público. Lo invitamos a profundizar en la conversación completa para descubrir las historias, ejemplos y consejos que José Alfredo comparte con naturalidad y principios claros. Abra el documento adjunto: encontrará anécdotas inéditas, reflexiones aplicables a procesos de coaching y materiales que enriquecen cualquier enfoque formativo y profesional.

Paul: Muchas gracias por estar aquí, José Alfredo. Un gusto tenerte con nosotros.

José A.: El gusto es mío. La verdad es que es un placer volver a encontrarme contigo, con mi profe que me enseñó tanto y del que aprendí mucho.

Paul: Bueno, yo diría que es recíproco, porque he aprendido mucho de ti. Una de las ideas que tuve al pensar en ti era el ejemplo que eres para tantos que podrían lograr lo que tú has conseguido. Entonces, esta entrevista la pensé como una línea de tiempo, dividida en etapas, empezando por tu infancia. Y sé que tu infancia no fue fácil y que hubo situaciones difíciles. ¿Cómo lograste salir adelante y qué deseas enseñarles a otros?

José A.: Fue una infancia de dulce y agraz. Fui el menor de tres hermanos y muy querido por ellos —me llevaban 11 y 12 años—, y también por mi mamá y mi papá. Pero todo cambió bruscamente cuando mi padre murió a los 48 años, cuando yo tenía solo ocho. Pasamos de ser una familia de clase media acomodada, a enfrentar serias dificultades económicas.

Estudiaba en el colegio de los Hermanos Maristas, al que le debo muchísimo. No solo por la calidad de la enseñanza, sino por la formación humana, los valores y los mensajes que nos transmitían más allá de lo académico. Fue una etapa muy formativa a nivel personal.

Mi padre falleció en diciembre de 1955, cuando yo cursaba cuarto básico. Así que para poder seguir estudiando en ese  mismo colegio —que era particular y de pago—, mis hermanos empezaron a trabajar. Yo, ya desde tercero preparatorio, mostraba buen rendimiento; me sacaba los primeros lugares, así que parecía que valía la pena apostar por mí. Mi hermano empezó a trabajar en la Corfo y mi hermana en el laboratorio del cine Odeón, muy conocido en esa época. Incluso mi mamá salió a trabajar para ayudarnos a salir adelante.

Acababa de cumplir ocho años y sentía claramente el esfuerzo que todos hacían por este “hermano chico”.Al año siguiente, mi madre se volvió a casar y nos fuimos a vivir a la Gran Avenida, dejando la casa de Libertad con Rosas, en el barrio Yungay. Hoy le llaman “Centro de Santiago”, pero en esa época no lo era.

El cambio de vida y de entorno fue enorme. Irme a vivir con un padrastro fue una experiencia compleja. Era un hombre que no tenía hijos y yo, el hijo de la mujer que él amaba, representaba también la memoria de otro hombre: mi padre, Alfredo, a quien mi madre había amado profundamente. Y yo creo que, en el fondo, eso le generaba celos.

No fue una mala persona. Nunca me maltrató ni me golpeó. Pero sí era muy severo, distante, poco afectuoso. Además, tenía discusiones con mi madre y yo era testigo de eso y me afectó muchísimo. Finalmente, terminé yéndome a vivir con tías maternas. Compartí mucho con mis primos. Y en ese tiempo, siendo niño, llegué a pensar que si mi mamá lo estaba pasando mal, era por mi culpa. Sentía que yo era la pieza que desarmaba el equilibrio familiar. Con el tiempo, comprendí que él simplemente tenía un carácter fuerte. No era un hombre malo, pero sí brusco, un tanto extraño. Hoy lo definiría  lo que ya no debería existir: ese modelo de hombre que “manda” en la casa. Viví lo que hoy llamaríamos patriarcado. Y, lamentablemente, aún hay quienes siguen creyendo en ese tipo de autoridad basada en la imposición.

Paul: Hay muchos... ¿Cómo surge tu afición por la música? ¿Y cuál fue esa primera ocasión?

José A.: Fueron las ganas y un concurso. A los cinco o seis años, mi hermana Vilma se dio cuenta de que yo cantaba bien, que tenía buena afinación porque ella escuchaba mucha música, como Sinatra, Elvis Presley y, principalmente, a Lucho Gatica. Aprendí las canciones de este último y mi éxito a los seis años fue “Contigo en la Distancia”, que cantaba para mi abuela y la familia. Una cosa curiosa era que a los seis años no decía “Contigo en la Distancia”, sino “en la tinta” y todos se reían. No entendía por qué se reían si decían que cantaba muy bien.

Luego, mi hermana me llevó al teatro, al cine, a ver películas musicales y obras teatrales, introduciéndome al arte de la música. Toda mi familia sabía que “Alfredito” cantaba bien. A los 14 años, mientras estaba en el colegio, participé como aficionado en un programa de radio que se transmitía los miércoles y sábados. Los miércoles cantaban las reservas y los sábados los de primera edición. Entré un miércoles y me eligieron de inmediato. Tenía condiciones para dedicarme a esto, pero repetí primero medio porque descuidé los estudios, aunque iba bastante adelantado para mi edad. Después fui nombrado solista del coro del colegio. Luego, en el último año de colegio, canté con un grupo llamado “Los del Sendero Folclore”, siendo la primera voz.

Más tarde participé en un festival de colegios organizado por los padres franceses y ganamos el primer lugar con una canción de un profesor de música de mi colegio. No era mi profesor, pero alguien le contó de y le propusieron que me escuchara. Así que me sacó de clase, me llevó a un piano y me hizo cantar. Quedó encantado con la canción. Fuimos al festival y lo ganamos.

El profesor llevó un cassette con todas sus canciones. Tenía seis u ocho canciones. Yo las canté porque él quería que un profesional se interesara en grabarlas. El productor, Antonio Contreras, escuchó dos o tres canciones y dijo: “Tus canciones son buenas, pero deben ser cantadas por el que está aquí en el cassette. No busquemos otro cantante. Tráiganme a ese chico y grabaremos con él.”

Paul: ¡Mira tú!

José A.: Lo tenía claro. Estaba a punto de cumplir 18 años cuando le dije a mi mamá con alegría: ‘Voy a grabar un disco, necesitas firmar para autorizarme a firmar el contrato’. Ella me preguntó: ‘¿Y de qué vas a vivir?’ En aquel entonces, vivir de la música era impensable. Ni los futbolistas ni los cantantes tenían esa posibilidad. Sin embargo, un cura del colegio, quien me tenía mucho cariño, sabía que cantaba en la radio desde los 14 o 15 años. Yo tenía que recuperar clases los sábados por la mañana porque no me iba bien, pero también debía cantar en la radio al mediodía. Me preguntaba: ‘¿Cómo hago para salir a tiempo y llegar?’ El cura me aconsejó que saliera hacia las 12, y yo me preguntaba por qué me estaba echando. Con el tiempo, cuando le conté esta historia al cura, él me reveló que iba a encender la radio a las 12 para escucharme cantar con mi mamá. Con sus palabras, logró convencerla, obteniendo así su permiso por un año. Han pasado 59 años desde entonces!

Paul: Una de las cosas que vemos en la Academia Inpact son niños de ocho, nueve, diez años, hasta 18, que ven la simplicidad de lo que están haciendo como un todo. Y yo percibo, por tus palabras, el gran esfuerzo, el trabajo, el tesón, todo lo que has hecho. Pero hoy día, por ejemplo, les ponen en la música un corrector de notas, un ajustador de arpegios, un afinador de no sé qué. Y entonces, con un par de horas, ya cantas. ¿Qué percibes de tu experiencia que podría servirles a todos estos chicos?

José A.: Pues, se ha perdido el romanticismo. Para nosotros, ir a grabar a un estudio era lo máximo, era como llegar al cielo porque íbamos a grabar dos canciones. Llegaba con todo preparado, pero dentro del estudio surgían muchas ideas y los ingenieros de sonido eran fabulosos. Tuve el gusto de trabajar con el maestro Lucho Torrejón, quien hacía magia para lograr, por ejemplo, reverberación. Solo había una máquina de reverberación que tenía un solo sello, y alquilarla era costoso. Lucho Torrejón improvisaba con tarros, un tambor con agua, y conectaba una manguera para obtener la reverberación. Uno disfrutaba de ese tipo de detalles. Una canción que ya tenías preparada podía cambiar en ese mismo momento. Hoy día no es así y, como tú dices, cualquier persona puede hacerse cantante.

Lo que más suena hoy en día es el reguetón, un género urbano que respeto y disfruto, pero que en un 75 u 80 % carece de una armonía y una melodía bellas, algo que te erice la piel. Simplemente te dan ganas de bailar y saltar, escuchar la letra, y no sé qué les pasa a las personas. No entiendo cómo las chicas pueden soportar esas letras, cuando se habla tanto del feminismo y, sin embargo, en esas canciones se las coloca en posiciones tan difíciles. Pero lo acepto. Algo ha cambiado.

Paul: ¿Pero qué les dice a los chicos, entonces? ¿Cómo siguen esa pasión, ese romanticismo?

José A.: Que no lo dejen atrás por ningún motivo, porque es parte esencial de la vida. Felicito a los jóvenes que sienten eso, porque no todos lo pueden experimentar. Es como tocar el cielo, como entrar en otra dimensión cuando estás componiendo algo y suena hermoso, algo bonito que luego le compartes a un amigo. Es maravilloso.Vivan eso, disfrútenlo.

Ahora bien, lamentablemente en Chile es muy difícil hacerse conocido en la música. No son muchos los que logran ser famosos, populares y, además, talentosos… como ese que yo conozco por ahí: tu hijo.

Paul: Sí, él realmente canta bien. Yo no.

José A.: En mi familia nadie cantaba. Nadie. Siempre te preguntan si alguien tocaba el piano… No, no, no. Yo salí. ¿La oveja negra o blanca?

Paul: ¡Muy buen punto! Porque Álex empezó a tocar violín cuando tenía cinco años y medio. Se dedicó a la música clásica hasta los diez, y ahí empezó a aprender otros instrumentos. Bueno, y siguió con música clásica. Pero la música fue siempre su pasión.

José A.: Y si escuchó música clásica, tuvo una base espectacular. Claro, porque con la música clásica tú puedes componer rock, por supuesto. Y cada vez más, porque el rock tiene una armonía extraordinaria. No es solo darle y que suene el metal, ¿no? No se trata solo de eso. Estoy escuchando una armonía rica, creada por buenos músicos. Así que, en todo estilo musical, se pueden hacer cosas bonitas. Y hoy en día hay que aceptar que a los jóvenes —sobre todo a los más chicos— les gusta esta música. Es producto de algo social, de algo que ha ocurrido y que, en parte, les hemos heredado nosotros: los adultos, los padres, los abuelos.

Paul: Pasando a tu segunda etapa, ya en tu fama juvenil. Empiezas a tener madurez artística y crecimiento personal. Me informé de que eras como un mentor sentimental, como que eras muy importante en eso. No sé si tomas conciencia de tu influencia social y emocional transmitiendo esos valores.

José A.: Eh, bueno, fue muy rápido mi ascenso. En ese tiempo se grababan primero discos single, discos chicos que venían por una cara —la cara A— con una canción, y en la B venía otra.

Paul: A veces venían hasta dos.

José A.: Sí, claro, ya era evidente: eso era un extended play. Y después, cuando ya habías pegado con seis o siete temas, sacabas el long play, de 33 revoluciones por minuto, que traía diez o doce canciones.

Los dos primeros discos funcionaron muy bien, sonaban mucho en la radio. El primero se llamaba Te olvidaste de mí. En ese tiempo la gente llamaba a la radio —porque no existía el correo electrónico— o enviaban cartas, o simplemente llamaban por teléfono:“Oiga, escuché recién a un muchacho, José Alfredo Fuentes, ese que le dicen Pollo, con esta canción… y tiene otra más”.

Fue curioso,porque dieron vuelta el disco,algo que no pasaba normalmente, y empezaron a tocar el lado B. Luego vino el segundo disco, con Bésame, bésame y Eres mi sueño, y pasó lo mismo.

Una vez, en una tocata con guitarra en mi departamento —estábamos algunos amigos músicos— estaba también Antonio Contreras, el productor que fue muy importante en mi carrera, el que me descubrió gracias a un cassette. Él estaba en esa reunión. Entonces tomo la guitarra y canto Te perdí, una canción que yo había escrito, música y letra. Me pregunta: “¿Y esa canción?”, y le respondo: “Ah, una lesera que se me ocurrió escribir”. Y me dice: “¡Hay que grabarla!”.Yo le dije: “No puede ser… es muy mala esta canción”.

Paul: Es muy simple. Por eso mismo, esa canción…

José A.: “Va a ser un éxito”, dijo. Entonces llamó al arreglista Carlos Grunwald y le dijo: “Júntate con el Pollo mañana. Esta canción hay que grabarla la próxima semana”.Y así fue, nos reunimos.Tenía razón.Te perdí fue un éxito. Era como el Despacito de esa época: sonaba todo el día, en todas partes. A veces incluso llegaba a cansar un poco de tanto que se escuchaba. Iba por la calle y en cada rincón, en las radios, en las obras donde trabajaban los maestros, todos ponían Te perdí. “Y la culpa fue mía…” se escuchaba por todas partes.

Y claro, yo ya empezaba a sentirme… fabuloso. Pensaba: “¡Qué maravilla! Compuse una canción… ¡y la canta todo el mundo!”.

Y a partir de ahí se desató algo casi inexplicable: una histeria colectiva femenina. Todas las chiquillas, de entre 13 y 20 años, estaban loquitas por el Pollo Fuentes. Bueno, hablemos en tercera persona para que no suene egocéntrico —porque, gracias a Dios, nunca he tenido un gran ego, y creo que eso me ha permitido mantenerme durante tantos años. Nunca me creí el cuento.

Pero la verdad es que se armó una verdadera locura.Yo cantaba en el teatro, y los domingos hacía dos funciones: una a las siete y otra a las diez de la noche. Y ahí estaban: cinco mil mujeres, todas vestidas de amarillo. Las chicas del Club del Pollo habían decidido vestirse con falda amarilla, chaquetita amarilla, boina amarilla… y llevaban incluso pompones. Llenaban el Caupolicán.

Hoy en día, alguien podría decir: “¡Qué cosa más nerd!”. Pero en ese tiempo, era así. Todo tenía un aire más inocente, más romántico.

Paul: Claro…

José A.: Yo creo que fue, en parte, la imitación de lo que venía de Europa, especialmente de Inglaterra, con los Beatles. Entonces nació el ídolo que hacía falta aquí en Chile. Coincide con que la Nueva Ola —que había sido un impacto grandioso desde el año 59, como parte de la ola de rock— ya en el 64 o 65 empieza a flaquear. Y yo aparezco en el 66. Entonces viene un repunte de la música hecha en Chile, en este caso de la Nueva Ola. Y yo paso a ser “el de la colita”, el final de esa Nueva Ola.

Paul: Siempre conectado con la emoción, con el amor absoluto a la mujer, y de forma muy respetuosa.

José A.: Sí, hasta la forma de vestir era distinta: con corbata, con smoking. No era como el rockero con jeans rotos —que en ese tiempo ni existían— y, si se te rompían, tenías que justificarlo casi. Había mucho respeto por la gente, por el público. Y no solo te seguían las lolas —que lo hacían con mucha pasión— sino también los adultos. Porque yo cantaba tangos, como Un olvido, que fue un gran éxito, y Concierto para ti, otro más.

Entonces el público adulto también iba a los conciertos. Incluso, algunos intentaban hacer callar a las chiquillas... pero era imposible. Era un griterío de principio a fin.Yo salía con un pito en el oído de tanto ruido, no escuchaba nada. No era solo un grito... ¡era una avalancha de emoción!

Paul: Pasado ese tiempo, ¿cómo lograste mantener protegido tu ego? Para ser tan sencillo como siempre has sido.

José A.: Eso, creo yo, tiene que ver con lo que hablábamos al principio del programa. Yo me hice un “viejo chico” muy pronto. Asumí responsabilidades desde muy joven: trabajar, cumplir, respetar a los demás, no pelear con nadie, ser siempre respetuoso. Quizás fue porque, en parte, no vi eso reflejado en mi entorno cuando era niño.Y también porque tenía un fuerte deseo de salir adelante, de que esto realmente funcionara. Y, gracias a Dios, así fue. Logré salir adelante. Y además, pude devolverle la mano a mi familia: le compré un departamento a mi hermana y también a mi hermano.

Paul: Y compraste tu primera casa a los 22 años…

José A.: Claro que sí.Yo me casé a los 24.Ya tenía casa.Ya no era un “viejo chico”.

Paul: Para ser un fenómeno en esa época…

José A.: Sí, fue bueno porque me ayudó a no creerme el cuento. Sabía lo que realmente estaba pasando. Me di cuenta de eso cuando tenía unos 23 años. Miré hacia atrás y pensé: “Vaya, aquí me quedo”. Antes sentía que era algo natural, como que la música simplemente fluía.

Recuerdo una vez que iba a cantar en el Teatro Caupolicán, acompañado por mi hermano mayor. A mi mamá le gustaba que él estuviera conmigo. Después era bastante gracioso cómo me tenían que sacar de los lugares donde cantaba. Tenían que inventar maneras, como saltar por una pared, porque todas las puertas de acceso estaban bloqueadas por chicas esperando llevarse un botón, un mechón de pelo o algo mío. “¿Cómo sacamos a este compadre de aquí?” Esa era la pregunta.

Paul: Sabes, esta semana tuve la oportunidad de escuchar una entrevista de Andrés Oppenheimer, ¿lo conoces? Es un periodista argentino que vive en Estados Unidos y trabaja para CNN. Recientemente entrevistó a Mario Vargas Llosa y recopiló varias conversaciones con él. Vargas Llosa mencionó que hoy en día hay pocos genios, como Marcel Proust, Kafka y James Joyce. Lo interesante es que sugiere que cuando uno no nace con esa genialidad, lo crucial es ser disciplinado, como buenos obreros. Ahora, pienso que gran parte de la humanidad probablemente considerará a Vargas Llosa como un genio de nuestra época… ¿Qué te parece?

José A.: Sí.

Paul: Y lo mismo quisiera que tú tomes conciencia de tu valor.

José A.: Claro, guardando las proporciones, por supuesto — muy lejos de eso—, lo mío es la música popular. Pero fue algo que, gracias a Dios, supe aprovechar en el momento preciso. Estuve en el lugar y a la hora indicados.

Siempre le echo la culpa a mi viejo, que como te conté, murió muy joven.Y creo, sinceramente, que de alguna manera quedaron en el aire ciertas brújulas, señales que te orientan. Gracias a él, o quizás —si uno es más creyente— desde algún lugar me está ayudando. La cosa es que todo se dio justo como debía para que yo me convirtiera en este personaje tan popular.

Lo del apodo “Pollo”, por ejemplo… Mi nombre completo es Alfredo José Antonio Fuentes Cuevas. Cuando fui a grabar por primera vez, el productor me preguntó: “¿Cómo querís que te ponga en el disco?”. Yo le dije: “Alfredo Fuentes”. “¿Y otro nombre?”, me preguntó. “Bueno, Alfredo, José, José Alfredo… pongámosle José Alfredo Fuentes”. Hasta le dije en broma: “Ponle Mamerto si querís, pero yo quiero grabar el disco, me da lo mismo”.

Y así quedó: José Alfredo Fuentes. Lo del “Pollo” vino antes de eso. Un día llegué a un ensayo con el pelo muy corto. Estaba lloviendo y la micro me dejó como a diez cuadras, así que llegué empapado, parecía un pollito mojado. Al entrar, Moncho Silva —quien después fue locutor de radio— me dijo: “¡Parecís un pollo!”. Justo después me hicieron una entrevista en la revista Ritmo, y ahí comenzó a circular el apodo: el Pollo Fuentes.

Paul: Y pasando a otra etapa, donde está tu familia, hay una etapa de estabilidad. Vida emocional. Éxito televisivo. Matrimonio con Isabel. La familia como un pilar. Valores. ¿Cómo percibes tú esa asociación de tanta exposición mediática y, al mismo tiempo, una solidez social y emocional como ejemplo?

José A.: Yo me casé muy joven, a los 24 años, después de tres años de relación, con Isabel. La verdad, encontré en ella a una mujer maravillosa, ideal. Más allá de su belleza —porque sí, es muy linda—, lo que más me atrajo fue su actitud. Era una chica que no estaba ni ahí con “el Pollo Fuentes”.

Tenía claro que en ese tiempo yo tenía muchas seguidoras, pero Isabel no se dejaba impresionar por eso. De hecho, ni siquiera estaba muy al tanto de mi música. Es más, a ella le gustaba un cantante francés que se llamaba Vilard —ese era su ídolo, por así decirlo. Así que conmigo no tenía ese entusiasmo de fan. Y quizás por eso mismo me enamoré: porque me vio como persona, no como artista.

Los artistas exitosos de esa época eran Salvatore Adamo, Hervé Vilard, Sandro, Fabio, Leo Dan… y ninguno de Chile les hacía sombra. Yo entré en escena en el 66 y competimos por los primeros puestos. Llenaba los mismos teatros que Roberto Carlos.Vendí mi espectáculo una semana antes que él, quien en el 70 cantaba con la mitad del teatro. Hoy día Roberto Carlos es un amigo cercano. Pero esto ayuda a entender la magnitud de lo que estaba sucediendo.

Luego, apareció Isabel, una chica tan dulce, con unos padres extraordinarios y una maravillosa hermana llamada Margarita. Decidí formar un hogar y casarme a los 24 años. Tuvimos tres hijos: Alfredo, Alejandro y Natalia. Ahora tenemos cuatro nietos espectaculares.

Paul: ¿Contento con esa labor?

José A.: También me siento muy contento con la labor de mis hijos, y puedo decir con mucho orgullo —y con absoluta certeza— que nunca me perdí una fecha importante en sus vidas. Podían llamarme de cualquier show, incluso el más importante, pero si era la primera comunión, la graduación del colegio o un cumpleaños, mi decisión era clara: eso venía primero. Nunca pasé un cumpleaños de mis hijos fuera de casa. Siempre respeté ese compromiso, quizás porque mi propia infancia fue distinta, y quise darles a mis hijos todo lo que tal vez a mí me faltó o me habría gustado tener. Así que sí, estoy orgulloso de mis hijos. Eso también habla muy bien de su…

Paul: De su viejo. Lo vemos muchas veces como el ethos, o sea, tu carácter, que a veces se hace más fuerte en base a las circunstancias que uno puede haber vivido.

José A.: No le tengas miedo al dolor, ni al sufrimiento.

Te hablaba de la enseñanza “extra pedagógica” de mi colegio. Un hermano, en tercera preparatoria —el Hermano Félix—, y luego en cuarto, el Hermano Víctor, me enseñaron cosas que absorbí plenamente. Me enseñaron que el dolor hay que compartirlo con Dios y contigo mismo. Que uno puede ofrecérselo a Cristo, que también sufrió profundamente.

Yo soy católico, aunque no voy a misa todos los domingos. También aprendí que las buenas obras que uno hace no tienen por qué ser conocidas por los demás. Se disfrutan más cuando son tuyas, íntimas.Y esa satisfacción es más profunda cuando la andas contando.

Ahora, claro, en televisión hicimos muchas obras sociales, y ahí no había cómo esconderlas. Queríamos que sirvieran, que inspiraran. En todos los programas que hice —Éxito, Venga Conmigo, especialmente esos dos— realizamos muchas acciones sociales. Siempre pedí que se hicieran cosas lindas por la gente que lo necesitaba, y eso me llenó el alma.

Más allá del espectáculo, más allá del humor, los personajes —que fueron espectaculares: el Mimo, el Carmelo, la Abby, y tantos más— había un propósito más profundo.

Teníamos incluso una sección muy especial llamada Los Reencuentros. Buscábamos personas: un hermano que no se veía hace 25 años, familias separadas desde el nacimiento... y lográbamos reunirlos. Era tremendamente emotivo. Yo lloraba ahí mismo, junto con ellos. Claro, claro.

Paul: Tú has tenido momentos con mucha emoción, como el del Festival de Viña, con las gaviotas y todo. ¿Qué es ver esa presencia, esa masa humana? ¿No? Claro, pero en todo Chile.

José A.: Fue como una coronación. Eso fue en el año 2000, y yo había comenzado a cantar en el 66. Es decir, habían pasado 34 años. Fue como coronar una larga trayectoria de éxitos como cantante popular, porque llegaba con mucha más fuerza a los sectores más humildes de Chile. Al principio, cuando iba para arriba, los cuicos no estaban ni ahí con apoyarme. Las chicas de ese mundo tampoco. Las que me seguían eran de clase media, familias esforzadas. Esa fue siempre mi gente. Con el tiempo logré conquistar también al

público ABC1, pero eso vino después.

Y entonces llegó el Festival deViña. Fue como una confirmación, como la certificación de que todo el país te acepta y te quiere. Porque ya en el año 2000, yo era un tipo adulto, con trayectoria. Y, sin embargo, ahí estaban todos esos cabros jóvenes cantando mis canciones. Fue fabuloso. Las gaviotas de oro y de plata, todos los premios, me los pidieron ellos.

Yo miraba a esas 15.000 personas,jóvenes,con una efervescencia increíble, gritando para que a este viejo le dieran su gaviota. Fue emocionante, inolvidable.

Paul: En el 2016, creo, estudiaste Coaching Neurolingüístico con nosotros. ¿Te sirvió en algo?

José A.: Me sirvió para ordenarme, porque yo tenía una intuición natural de cómo estructurar las cosas. Sabía, por ejemplo, que había que hacer esto, luego esto otro... Y luego vino el estallido.

Pero fue contigo y con tu equipo que entendí que eso que yo hacía de forma intuitiva también existía de manera ordenada, estructurada.Yo lo aplicaba sin saber que tenía un nombre, que había una lógica detrás. Lo hacía inconscientemente: lo llevaba a cabo, pero no me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Ahora sí, con mayor solvencia y una base más sólida, pude llevarlo a cabo.

Paul: Yo me acuerdo de ti en clase como un alumno excepcionalmente bueno y, además, con una característica única en el sentido de rapport —no sé si te acuerdas de la palabra. Tienes esa empatía natural que muchos tienen que estudiar porque tienen una pesadez natural. En tu caso, aunque alguien fuera el cerdo más cerdo, tú decías: “Bueno, tendrá su gracia”, y buscabas justo eso. ¿Cómo logras hacerlo y transmitir que otras generaciones lo hagan?

José A.: Creo que, por mi carácter, entro a cualquier lugar donde la gente no me conoce y, al principio, todos se preguntan cómo seré. “Debe ser pesado”, piensan algunos. Porque uno siempre está luchando con una imagen previa, con el prejuicio que cada persona se forma a su manera. A veces creen que soy creído, o se preguntan si seré como imaginan. Pero eso no es más que un prejuicio.

Y la verdad es que logro vencerlo altiro. De repente notas que alguien está mirando hacia otro lado, como evitando el contacto. Y claro, es lógico, piensan: “A ver, este es el Pollo Fuentes... no se vaya a estar haciendo el importante”. Pero yo rompo eso, porque me acerco como una persona más, sin ponerme en ningún pedestal.

Y creo que esa capacidad de conectar la tengo con toda la gente. Porque no creo que la mayoría de las personas sean malas. Sí, la maldad existe, pero cuando alguien es realmente malo por dentro, para mí esa persona está enferma.

Paul: O, tuvo un pasado que no supo arreglar.

José A.: Claro. Por eso uno no puede andar enojándose tanto ni viviendo con odio hacia los demás por lo que hacen o dicen. Y qué mejor ejemplo que lo que vemos hoy en redes sociales como Instagram o X. Hay tanto odio circulando, especialmente de parte de algunas personas. Es verdad que son una minoría, quizás un 10%, frente a un 90% que te apoya o valora lo que haces. Pero a veces basta con esos diez comentarios hirientes para que te afecten profundamente, aunque haya noventa diciendo cosas bonitas. Uno se queda pegado con los negativos.

Y te preguntas: “¿Qué le habré hecho yo a esta persona para que escriba algo así?”. Pero luego, si te tomas un momento y miras su perfil, lees lo que publica, cómo piensa, lo que tal vez ha vivido... a veces entiendes que tiene sus propias razones, sus heridas.Y eso ayuda a no tomárselo tan personal.

Lo hablo mucho con mis hijos, y también con mi mujer. Les digo: “Cálmate, espera, no reacciones desde la rabia. No te vayas con esa gente. Busca entender desde otro lado”.Y así es como uno aprende a soltar, a mirar más profundo.

Paul: Bueno, se ve una simplificación del pensamiento en ese sentido. Por lo menos, es lo que yo percibo —o percibimos en la academia—, donde hay un reduccionismo: la gente quiere clasificar todo como bueno o malo. Y si yo lo enjuicio, me convierto en juez; por ende, estoy en lo cierto y tú estás equivocado. Y desde ahí, claro, cuesta salir y abrirse.

José A.: Y en este mundo tan grande, a veces uno se siente como si no fuera nada. Por los éxitos, los logros, los autos, los premios… todo eso que la sociedad valora tanto. Es como si todo el tiempo te dijeran que vales en la medida de lo que tienes o consigues.

Y entonces te preguntas: ¿cómo hago para sentir que valgo?

¿Cómo me hago sentir? Bueno, buscando sobresalir en algo. Y entonces tengo un computador, y soy capaz de ver a Juanito Pérez, que anima el programa La sombra del amor, por decir cualquier cosa… y que le está yendo muy bien. Entonces digo: “¡Qué pésimo programa! Y Juanito Pérez, qué tipo más desagradable.”

Y listo, ya salí.Ya opiné.Ya me sentí importante diciendo algo.

Paul: Y además le das tribuna...

José A.: Claro. Pero en mi caso, no soy así. Nunca he sido espontáneo para responder con mala onda. Cuando me llega algún comentario feo —que, la verdad, son muy pocos, tengo que reconocerlo—, nunca he contestado. Ni siquiera con un: “¿Y a ti qué te pasa?” No.

Paul: En toda esta trayectoria, ¿cómo percibes tú ahora esta nueva etapa? Donde yo veo —y con la licencia que tú me has dado de llamarte “Pollo”— que hay Pollo para rato. ¿Cómo te percibes tú como artista, como creador? ¿Entregando mensajes a esta nueva gente que te viene a ver?

José A.: Les cuento a los jóvenes que yo he sido profeta en mi tierra, y que adoro a mi país y quiero a mi gente. Porque son pocos los que lo logran. En Chile, cuesta mucho. Es cierto, en México es más fácil que la gente te ame y te perdone cualquier cosa que hagas. En Argentina...

Paul: Te adoptan, al contrario.

José A.: Claro. Diego Maradona jugaba al fútbol de manera sensacional, pero todos sabemos que tuvo una vida llena de excesos y momentos difíciles. Aun así, nadie se metía mucho en esa parte. Lo mismo con Carlos Monzón, que llegó incluso a matar a su mujer, y aun así hay gente que lo sigue admirando. Puede sonar un poco exagerado, pero es real.

En Chile, en cambio, cuesta mucho valorar lo nuestro. Mira a Lucho Gatica, que fue mi ídolo. En Brasil, donde casi no entra nadie de afuera, fue número uno cantando en español. Luego lo hizo en portugués. En Cuba, fue el cantante de boleros más famoso. En México, donde triunfar es casi imposible, también fue número uno. Y acá en Chile, en vez de celebrarlo, decían: “Ese viejo ya está acabado, canta mal”, y cosas así. Es una pena que no sepamos apoyar ni reconocer lo propio.

Y no lo digo con resentimiento, porque no sería justo. Salgo contigo a la calle, me doy una vuelta y ya me estoy sacando siete u ocho fotos. Los muchachos que me ayudaron a estacionar se tomaron fotos conmigo y me acompañaron hasta la puerta. Todo con cariño, con respeto. En todas partes es igual, así que no puedo quejarme. Estoy agradecido.

A los jóvenes les digo: ¡empeño, nomás! Sé que la vida está difícil, y cada día se pone más cuesta arriba, pero hay muchas oportunidades. Si una no resulta, salta a otra. No te quedes pegado cuando algo no funciona.

Y en lo musical, un consejo: no quieran ser cantantes solo para ser famosos. Eso es un error. Hay que cantar porque realmente lo sientes, porque te nace, porque lo necesitas. Al principio te escuchará tu mamá o una tía, y está bien. Pero si vas a salir a mostrarte, que sea con sinceridad. Sé honesto contigo mismo: ¿lo hago bien o no? Y si lo haces bien, sé consecuente.

Porque, sí, en Chile hay poco espacio, y cuesta mucho. Pero si eres bueno, si funciona, busca salir, viajar. Mira a Mon Laferte: se la jugó. Se fue a México, vivió momentos durísimos. Cantó en la calle, en el metro. Tuvo cáncer. Pero siguió, porque sabía que lo que estaba haciendo valía la pena. Hay que sacarse el sombrero, no solo por su talento, sino por su esfuerzo.

Claro, no todas van a ser Mon Laferte. Ella es una entre diez mil, o menos. Pero hay que seguir luchando.Y si no es por ese camino, busca otro. Pero no te quedes en la casa lamentándote frente al computador.

Paul: Yo empatizo con lo que dices, porque cuando de repente me dicen: “Oye, tu hijo Alex, qué suerte tiene”, yo les digo: “Bueno, pero él hace música desde los cinco años, tiene 42, toca 12, 14 horas diarias. Ha tocado en todas partes, en todos los lugares. Claro, ha tenido suerte, es cierto también. Pero no es solo eso. También es talento, inteligencia.”

José A.: Es una constante búsqueda. Él está componiendo y está buscando el acorde preciso, porque sí, viene de acá, viene del corazón. Pero hay una parte que también es de trabajarlo, ¿no? 

Paul: Que es lo que nos muestras tú y lo que nos regalas: tu pasión, tu ser, tu historia… Yo quisiera agradecerte, en nombre de la Academia Inpact, y honrar tu pasado, tu presente y tu futuro, porque realmente eres un honorable de la música chilena y mundial. Así que muchas gracias.

José A.: No, gracias a ti. Siempre es un honor estar contigo. Los mejores recuerdos de ti y de tus enseñanzas… Tenemos un amigo en común, Gonzalito Rojas, que es como una de mis manos derechas. Gonzalo es una persona extraordinariamente buena, y por eso estoy con él. Le estoy muy agradecido —a Dios, a la vida—, porque todo lo que he logrado en este largo camino de 59 años ha sido un verdadero regalo.

El próximo año cumplo 60, y lo voy a celebrar con tutti. Siento que, más que haber hecho algo fuera de lo común, fue la vida la que puso cosas extraordinarias a mi alrededor. Yo, en realidad, no me considero alguien extraordinario. Simplemente he tenido la suerte de estar en el lugar correcto, rodeado de la gente correcta.

 

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