¿Les ha pasado alguna vez que conocen a alguien con quien hablan un par de horas, o minutos tal vez, pero sienten que podrían pasarse el día conversando? Bueno, eso nos pasó con Valentín Trujillo, hombre de mil y una historias, considerado el mejor pianista de música popular de nuestro país, a quien entrevistamos en esta edición de Icimag.
De sus datos biográficos hablamos poco, ya se ha dicho bastante respecto a que estudió piano en el Conservatorio, que es un acérrimo fan del boxeo, llegando incluso a ser juez, que su máximo referente musical es el compositor norteamericano George Gershwin, que es muy versátil a la hora de interpretar el ritmo que se le pida, que es un brillante arreglador de orquestas, que fue “vetado en dictadura” por lo que no grabó discos en 17 años, que ha acompañado con su piano a innumerables artistas nacionales, y que ha recibido varios reconocimientos, entre ellos el Copihue de Oro 2018, y nombrado hijo ilustre de Santiago en 2016. En esta conversación tratamos de escudriñar en aspectos más íntimos respecto a su postura frente a distintos aspectos de la vida.
Nos recibió en la misma casa ñuñoína donde vive hace más de cuatro décadas, cuando compró el terreno donde construyó, junto a Aída, su esposa hace 62 años, este hogar donde aún se balancea el columpio que instaló para sus cuatro hijos cuando eran niños. Conversamos en una habitación al fondo, en el patio, que para él es su “taller”, donde orquesta, ensaya, y toca incansablemente su piano.
Usted empezó su carrera a los cuatro años, a los nueve ya trabajaba en radio, ¿un niño tan pequeño se da cuenta de que ese es su camino? ¿Cómo fue el comienzo de todo?
A mí me gustaba tocar y que me llamaran, pero que iba a vivir de eso jamás, no lo tenía claro. Tampoco pensaba en hacer otra cosa que tocar el piano. Ya a los nueve años, si bien yo estaba hacía dos en el Conservatorio, tocaba más o menos de acuerdo para acompañar a aficionados y me pagaban unos pesitos, y eso era re bueno, porque soy hijo de una familia de clase modesta, no te voy a decir muy pobre porque mi madre era profesora primaria y mi padre un obrero que trabajaba como minero. Vivíamos estrechamente, en casa arrendada, con una abuela, a la antigua, con tomate en la cabeza, Florencia, que estaba dedicada a las labores de casa, era la madre de mi madre. Partimos haciendo fuego con leña, después con brasero, no era la miseria pero eran casas con muchos problemas, con cuentas de tres y cuatro meses con el carnicero, cuentas con el almacén, abonos. Pero había una cosa inmensamente hermosa; había un piano. Mi madre había logrado comprar un piano, con todos los esfuerzos, yo tenía cuatro años, y eso fue una visión de ella. Yo no recuerdo que haya dicho esto, pero mis hermanos me aseguran que dijo “cuando entra un piano a la casa entra la cultura”. A mí me gustó mucho y lo repito hasta el día de hoy. Y parece que es cierto, porque el piano entró esta música [toca fragmentos de música popular y clásica], entró toda la cultura, Chopin, Mozart, Beethoven. Cuando empecé a tocar ya para las ligas grandes, lo principal era que me conocieran los músicos, no el público, me conoce Vicente Bianchi y me llama como pianista, y ahí empecé lo mío.
¿Cuán importante es la disciplina en su oficio, o qué otro aspecto es lo que lo mantiene?
El factor suerte, que lo puede echar a perder a uno, en la vida no profesional. Una vida normal, sin excesos, me he permitido hasta ser operado de cáncer y estar pataleando con 86 años. De esto, ¿qué queda de Valentín Trujillo de 86 años? Afortunadamente una muy buena memoria. Si tú me preguntas la edad te digo 86 años, ¿y cómo se siente? De 87… tengo diabetes, me pinchan tres veces al día. Pero mientras te des cuenta de que estás viviendo… yo le saco astillas a la vida, vivo intensamente todos los días. Estoy comprometido a cuanto proyecto alcance hasta septiembre. Alguna vez me han preguntado ¿Qué piensa para su futuro?, ¡tú crees que tengo futuro con 86 años! Yo vivo día a día, de lo que no hice… ¡pucha madre! No es que me arrepienta, a lo mejor no lo hice por falta de talento mayor, por empeño no me quedé.
¿Qué cosas cree que no hizo?
Creo que pude haberme radicado en el extranjero, mi país me dio para vivir, tengo trabajo todo el tiempo, nunca he estado cesante, no tuve necesidad de ir a buscar nuevos horizontes, y cuando llegó el momento de salir al extranjero con Mario Kreutzberger, viví más de veintitantos años no en Estados Unidos, sino en Miami, eso no es Estados Unidos, es, como te dijera, un gueto hispano. Me habría gustado haber vivido en el extranjero pero no en este tiempo, en los años veinte, después de la Primera Guerra Mundial, en el tiempo de los años locos, vivir y tocar esa música [interpreta ritmos de esos años]. Si yo fuera capaz de hacer un culebrón de novela, me gustaría morir en este momento; me lo dado todo la vida, mujer, hijos, nietos, bisnietos, amigos, enemigos.
AMISTAD, TALENTO Y FANTASÍA
Ante la pregunta ¿Cómo ha sido su trabajo con colegas?, Valentín ni siquiera se da e tiempo de pensar en una respuesta, Mario Luis Kreutzberger
Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld, nacido el 28 de diciembre de 1940 en Talca, el día de los inocentes, no podría haber nacido otro día ese hombre, imposible. Con él trabajo casi medio siglo ya, y a los dos años la relación animador-pianista ya se había transformado en lo que ha sido hasta ahora, en dos amigos, que hicimos de la televisión chilena un golpe para arriba, y en la televisión hispana en Miami se habla de la televisión antes de Don Francisco y después de Don Francisco. Es mi amigo y el concepto de amistad lo tengo clarísimo. De mi amigo voy a hablar bien siempre, y si alguna cosa negativa hubiera para discutir, no sé con qué derecho podría meterme en su vida hasta ese extremo, como el derecho que pudiera adjudicarse él también a meterse en mi vida. Somos dos amigos que hicimos una sociedad musical no fácil de repetir.
¿En qué cree que se afirmó la solidez de la dupla entre ustedes?
Creo que en su talento único como animador, un tipo creativo hasta decir basta. Hoy todos los animadores, todos, unos inconsciente y otros conscientemente, lo imitan. “¡Un aplauso gigante!” es Mario Kreutzberger; “¿Cuál es su respuesta, azul, negro o blanco?” “¡blanco!” [imita el tono característico del animador], Mario Kreutzberger; “señora se emocionó con el auto, ¿no le gustó el color?, ¿qué le pasó?”. Y cosas de un animador no solamente para este ambiente, sino que para Latinoamérica, llegó un momento en que el programa lo veían 45 o 50 millones de personas.
¿A qué atribuye la permanencia durante más de 50 años de un programa como Sábados Gigantes?
Fue único, único. No nos conocía nadie, en Caracas estuvimos de paso y tuvimos que dar una prueba de suficiencia, un director nos dijo “¿qué es lo que hacen ustedes?” “bueno yo toco el piano”, “yo soy animador”, “ah, ok, vengan para acá”, nos llevaron a un estudio, me pusieron un piano y “funcionen”. Mario, como pez en el agua en un rato inventó cualquier cosa, y yo tengo una habilidad que la conservo todavía que es tocar cosas inmediatamente, conozco mucha música, y no es casualidad porque las repaso contantemente.
Usted también trabajó en dos programas infantiles, Pin Pon y El mundo del Profesor Rossa, que tenían otro público, los niños. ¿Cuál fue el aporte desde ese frente?
Con Jorge Guerra creo que el programa fue verdaderamente un aporte, gracias a él, un artista que recibió el pago de Chile, estuvo exiliado y cuando volvió se exilió en otro trabajo, y gracias a Vittorio Cintolesi, músico, cambiamos casi todas las letras de las canciones infantiles, no porque sean feas [toca las melodías de Caballito blanco y de Arroz con leche), siguen siendo lindas, pero por hábitos (toca otras pero con distinta letra), u otras con sentimientos “volar es una cosa…” [canta], fantasía, Pin Pon era chiquitito, salía de una caja, la fantasía que nunca debe perderse en el niño. En El mundo del Profesor Rosa creo que el aporte fueron los videos y los amigos de fantasía. El pajarraco es una fantasía, el cartero es una fantasía, mal hablado [ríe fuerte]. En ese tiempo el Ministerio de Educación nos premió dos o tres veces.
Pero el Tío Valentín, como muchos lo conocen, asegura que “todo eso se acabó, no porque los programas fueran malos, ¿sabes por qué? Porque no daban plata. Es más fácil invertir 20 mil dólares en monos animados japoneses, violentos, y llenas cuatro años de programas, y 20 mil dólares servían para cinco programas del Profesor Rossa, porque había que pagar personal, luces, etc.”. Y va más allá, afirma que “la televisión terminó, en el mundo, como plaza de trabajo para músicos y artistas. ¿Qué hacen los artistas hoy día? Se actúa en locales, en conciertos. Todos los programas de televisión que ves son concursos, farándula, sigue la misma tontera”.
LA ENTREGA TOTAL DEL MAESTRO
A usted se le ha llamado maestro, y también ha tenido maestros, ¿qué características cree que tiene que tener un maestro?
Yo tuve maestros, tanto en el liceo como en el conservatorio, en el liceo, José Molina, y en el Conservatorio, Elisa Gayán… entrega total, entrega total, ningún secreto. Mi profesora de piano… yo iba los miércoles y los sábados, tenía lección a las dos y media, yo llegaba, cabro de clase media modesta, con mi abuela en micrito. Elisa Gayán a las seis o cinco de la tarde, hacía que me sirviera una taza de té con un sanguchito y yo me quedaba hasta las ocho o nueve de la noche, escuchando a todos los demás. Y tenía alguna capacidad de retención porque llegaba tocando a la casa estudios que mis colegas mayores de edad tocaban. Elisa Gayán Contador, por años, hizo eso mismo, me hizo cariño en esa forma, nunca me dijo “ándate, tu abuela te está esperando”, ¡mi pobre abuela! Esperando seis, siete horas para que su nieto escuchara música. Entrega total se llama eso.
¿Y usted considera que también ha sido maestro?
Yo soy de entrega total, entrega total. Me siento muy querido por esa parte, y tendría mucha vergüenza de no hacerlo, y lo hago. Ha habido becas Valentín Trujillo, no financiadas por mí, pero por la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, de la cual soy socio fundador. A veces honro el hecho de llamarme Valentín, en algunas cosas soy valiente, en otras harto cobarde. Un ser humano.
¿Cómo ha sido su relación con el ego?
No lo conozco. No lo conozco, no me lo han presentado nunca, y no quiero que me lo presenten. Soy feliz cuando me saludan en la calle, pero por el hecho de que he hecho algo, por ejemplo me pasa hoy día que una señora joven como tú, a su hijito de seis o siete años le dice “él es el maestro Valentín Trujillo” y el cabro me mira… ¿es tío de Vidal, o del niño Sánchez?, pero ella se encarga de decir “él toca el piano, él tocaba en…” ¡entonces tengo empresarios publicitarios pero por cientos! Hoy día hay una cantidad de niños que no tendrían por qué conocerme, porque los videos ya no se transmiten, el trabajo en televisión no existe, pero sí cantan las canciones, las mamás les dicen “él tocaba esas canciones”.
“EL DÍA MÍO TIENE COMO DIECISÉIS HORAS DE ACTIVIDAD”
¿Cómo es su día a día?
Aprovecho muy bien el día porque como todo viejo, duermo muy poco; me acuesto muy tarde, a las doce y media, una de la mañana, y estoy activo a las siete, así que el día mío tiene como dieciséis horas de actividad. Tengo muchas cosas que hacer, me comprometo a muchas cosas, y cuando no tengo cosas, me comprometo, quiero hacer cosas. Mañana tengo la asamblea de la SCD, en la tarde ensayo con Daniel Muñoz y su conjunto, andamos haciendo La negra Ester y La pérgola de las flores, ando acompañando a varios artistas, por ejemplo ahora les voy a regalar a ustedes el último disco que hice con Natalia Ramírez, acabo de terminar una grabación con mis nietos, que cantan todos re contra bien.
Entonces usted no piensa jubilar, en los términos convencionales que se concibe lo que es jubilar
No, no. Jubilar es… o no estar en la música, es cuando tú me digas… dame un tema… por ejemplo Sabor a mí, y yo “Sabor a mí, Sabor a mí, ¿cómo era…?” ahí me retiro. Viene naturalmente una decadencia, yo estoy con mis manos elásticas todavía, pero con 86 años mañana me pilla quizás qué cosa. O esto que deje de funcionar [señala la cabeza], que es el motor de todo. Y cuando llegara el día, que no va a llegar nunca, en que me digan “tienes que ir a tocar, pero hace tanto frío”, “me abrigo po”, o “tienes que ir a tocar pero hace tanto calor”, “me refresco po”, o “tienes que ir a tocar pero hay un piano re malo”, “mala cueva hay que tocar”. El retiro mío va por pérdida absoluta de capacidades, y mi desaparición física, naturalmente. Y no le tengo ningún miedo, en absoluto, he vivido mucho. Sí echo mucho de menos a mucha gente, se me ha desaparecido mucha gente. Estoy convencido de que los lloro con mucho dolor, no soy creyente, los lloro mucho porque sé que los perdí para siempre. No me puedo hacer la fantasía de que ojalá algún día me voy a encontrar con ellos, y quiero jugar a ratos a eso y digo “ya, quieto, los perdiste, llóralos, llóralos, porque los perdiste”.
DE PENAS, METAS POSIBLES Y FELICIDAD
¿Cree en el dicho todo tiempo pasado fue mejor, o cada época tiene lo suyo?
¿Me vas a decir que la mujer vivía bien en el tiempo pasado? No, no. Y todos estos adelantos que hay para uno, veo televisión sin apagar la luz ni nada… ¡todo tiempo pasado fue peor! Estoy convencido de que… lo vi en mi casa, en mi madre, en mi abuela, mi mujer, mis hijas, viven en un hogar mucho mejor, más humano, te casas con la mujer que realmente quieres, y si quiere ella te cocina algo, fantástico, pero no es tu cocinera, con respeto a la cocinera, no estoy hablando de eso, ni la mujer que tenga que hacerte todo, la comida, lavarte los calzoncillos, no, no está así ya, por lo menos hay una máquina más amable, la máquina al servicio del hombre. Pero qué es lo que hace el hombre, lo transforma; resulta que la máquina que puede reemplazar el trabajo duro del hombre del chuzo y la pala, la ocupan para despedir al gallo que está con el chuzo y la pala, y reemplazan a cuatro hombres que quedaron sin pega. ¿Cuál es la solución? Enséñale a manejar la máquina a este y enséñale al otro a arreglar la máquina cuando se echa a perder.
¿En sus 86 años cree que ha tenido fracasos?
Fracasos no, porque me planteado metas posibles, desafíos bastante cuerdos; ser más o menos conocido, ser pianista, ser director, ser compositor, ganar un par de festivales, ser premiado. Eso lo tengo hecho. O tal vez fui muy poco ambicioso en metas, o fui un miedoso de plantearme metas superiores, de ser el mejor pianista, ¿me iban a pagar más por ser el mejor pianista? ¿Me iban a aplaudir más? No sé… nunca me lo planteé ni me interesó.
¿Dónde ha encontrado las mayores satisfacciones de su vida?
No hace mucho hicimos un concierto con Parquímetro Briceño —trombonista fallecido en mayo— en homenaje al maestro Ray Coniff. Se llenó el teatro y éramos puros músicos, yo soy muy feliz cuando acompaño a artistas, muy feliz, pero soy mucho más feliz tocando con puros músicos, soy profundamente músico y esa vez éramos puros músicos tocando. Me dicen que después del concierto, puede haber sido cierto, yo no lo escuché, pero fue tal el éxito del Parquímetro que él había dicho “ahora me puedo morir tranquilo”. Si fue cierto, una coincidencia, pero realmente era para morirse lo que él alcanzó esa noche, y esa parte la compartí, porque me aplaudieron tanto también, me sentí muy feliz, pero no me quiero morir todavía.
¿Qué son para usted el éxito y la felicidad?
El éxito… efímero. La felicidad… corta. Generalmente, después de un gran momento, no sé por qué viene siempre un gran dolor. Todo es corto, la felicidad es efímera, ¿cuándo termina…? cuando desaparecen tus seres queridos. Nadie te enseña que este es un contrato que firmas cuando naciste y que tiene fecha de término. Soy amigo de la palabra eutanasia, porque si pesco mi gata que está muriéndose de dolores, la llevo al veterinario y… descansó mi gata, que la amo. ¿Por qué el ser humando tiene que aguantarse estos dolores cuando la ciencia todavía no es capaz de solucionar?, hiciste los dolores más grandes para ti, hiciste sufrir a todos los que te rodean. Entonces, te digo, la felicidad es corta, la alegría es corta, y si tú quieres, las penas las puedes hacer cortas también. Hay una palabra que es conformidad, practícala, vale la pena.
Al final, nos sorprende con un inesperado regalo; como cerrando el círculo, interpreta en su piano Abejorros, un tema de Vicente Bianchi, el maestro que lo “descubrió”.