Lunes, 07 Octubre 2019 23:16

Entrevista al pintor Gonzalo Ilabaca

“Eros es la fuerza principal, la búsqueda es hacia Eros”

Por Fernanda Casorzo Pino

Un pasillo, suelo de madera reluciente, varias puertas —abiertas—, que dejan entrever espacios domésticos ordenados y pulcros. Cuadros, muchos cuadros que colman de colorido las paredes, y un penetrante olor a trementina que se inmiscuye en cada rincón. Son las primeras impresiones que nos deja la visita a la casa del pintor Gonzalo Ilabaca, en el cerro Playa Ancha de Valparaíso. Casona que, en realidad, es más que una simple vivienda; es taller, galería, museo, y el lugar donde el artista pasa la mayor parte del tiempo.

Durante su prolífica carrera ha recibido diversas distinciones, entre ellas ser uno de los 36 personajes representativos de Chile en “el muro de Chile” presentado en la expo Shangai de 2010; en 2007   fue declarado Ciudadano Ilustre de Valparaíso, y en 1989 recibió el Premio de la Crítica “Mejor exposición del Año”/”Pintura mucha pintura”. Varias de sus obras se exponen en museos nacionales e internacionales como el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, el Museo De Arte de Palma de Mallorca, España, y la Colección del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, en Washington, Estados Unidos.

Nacido en 1959 en Concepción y radicado desde 1990 en la ciudad puerto, ha realizado intensos viajes pictóricos por India, México y otros destinos de Asia oriental y Latinoamérica, los que han inspirado una nutrida obra de miles de óleos sobre tela. De eso, de lo humano y lo divino, conversamos con el artista en esta edición de Icimag.

Respecto a tus estudios en medicina, más allá de por qué te retiraste, ¿cómo te diste cuenta de que tu vocación era la pintura? 

Por desesperación no más. Porque estaba en medicina, era muy duro y no me sentía bien, entonces dije “voy a pintar, me voy a retirar de todo este mundo, tengo que orientarme nuevamente”. Me retiré de medicina, me puse a pintar, cambié de amigos, cambié de barrio, cambié de ciudad, cambié de religión, cambié de todo para seguir otra vida, que era la pintura.

En cuanto al desarrollo autodidacta de tu oficio, si no estudiaste formalmente, ¿cuál fue tu escuela?

El viaje y las leyendas de los héroes. Cuando chico leía libros de arte, de Van Gogh, Modigliani, quienes hacían su arte y triunfaban, eso me gustó mucho, que triunfaran. Creo que el arte tiene que triunfar, tiene que trascender. Trascender es triunfar en el tiempo, el arte efímero no me gusta; la vida que sea efímera sí, pero el arte tiene que ser eterno y por lo tanto la trascendencia es lo más importante para mí. Esos artistas, que yo consideraba mis amigos por decirlo así, o mis referentes, mis maestros, habían muerto y nunca los iba a conocer, a un Boticelli, cuándo iba a conocerlo… pero a través del arte, de su trascendencia, era como si fueran mis vecinos. Por lo tanto esa fue mi escuela. Fui a Europa, viajé, conocí de verdad los cuadros que estaban en los libros de mi casa, y después de eso empieza mi viaje personal, de cada uno de nosotros para deshacerse de esos maestros, tenerlos adentro de uno pero ya no seguir pintando su pintura sino que la tuya, o sea tu propia biografía.

¿Cómo se va enlazando tu biografía con tu pintura? 

Se va enlazando porque mi taller siempre ha estado al lado de mi cama. Nunca he tenido un taller fuera de la casa, con familia, sin familia, en los viajes, entonces cuando tú duermes y trabajas en el mismo lugar, ya están entrelazados. Y los viajes no eran viajes de un pintor sino que eran el pintor, la familia, y el viaje era pictórico. Y lo pictórico no era pintar un cuadro sino que era encontrar un circo, encontrar un gitano, encontrar un domador de serpientes en la India, retratar a una niñita del lago Atitlán en Guatemala, o ir con tu familia a estar en un bar de marinos como el Roland Bar, donde la Pascuala [su hija mayor] bailaba arriba de las mesas cuando era chiquitita. Ahí estaba todo unido, el arte con la vida, que no era la vida del artista, sino que la vida en común, el arte como una poética de vida, que no haya separación entre eso.

Te has referido a que más allá de los colores y las técnicas, te interesan las atmósferas. ¿Cómo las percibes para luego interpretarlas y plasmarlas en tus cuadros?

Cuando tú eliges qué pintar, también es que ese lugar te eligió a ti para que lo pintaras. Lo mismo pasa cuando uno mira un cuadro, no es que la persona elige un cuadro, sino que el cuadro la elige a ella. Entre el objeto y el que observa hay un espacio, hay una atmósfera, y al final eso es lo que te cautiva. Uno interpreta la naturaleza a través de las atmósferas, y eso es lo más importante. Hay gente que te dice “oye, tus colores son tan fuertes, eres tan valiente”, ¡qué valiente! ¡No soy fuerte ni valiente!, yo necesito esos colores fuertes para representar las atmósferas, y cada lugar tiene la propia. La India tiene una atmósfera, México tiene otra, pintar una mujer tiene otra, Valparaíso tiene otra. Por lo tanto cada viaje era una escuela de arte para mí, una escuela de pintura, porque si cada lugar tiene una atmósfera, tienes que empezar de cero. 

Una pregunta más banal quizás… ¿En tus viajes sales a la calle con la tela, andas siempre con tus materiales? ¿Tienes alguna rutina para pintar?

Sí, en viaje estás siempre dedicado a eso porque no hay distracciones. La idea central es salvar el día, o sea darle un sentido. Cuando tomo un pincel, me relajo, por lo tanto no es un trabajo para mí, me divierte. A veces llegas a un lugar y no te gusta nada, y a veces es al revés, llegas a uno y dices “¡Chuta! Aquí hay uno y aquí hay otro cuadro”, entonces te quedas más tiempo. Y ahí dedicaba todo el día a eso, pero para eso hay que preparar el cuadro, hay que caminar hasta la esquina que encontraste, que te gustó, y cada lugar que te escoge para que tú lo pintes requiere un trabajo, de llegar, si es una persona, de conversar, si te va a posar, cuándo ella puede, cuándo tú puedes. Todo eso es la preparación para llegar al lugar sagrado del pincel, la trementina, que es la droga predilecta mía, para que me salve el día.

¿Crees que el arte tiene un propósito?

Primero, salvarse a uno mismo. Cuando tú te salvas a ti mismo ya estás salvando a todo el mundo. Hay gente que quiere salvar a las ballenas, hay gente que quiere salvar el hambre, a las minorías étnicas. Pero no puedes salvar a alguien si estás herido, si estás enfermo, si estás frágil. Tienes que tener una energía para salvar a alguien aunque estés en la guerra, aunque estés herido; si te llevas al tipo que está más herido que tú, de alguna manera tienes que tener una fortaleza. Por lo tanto yo creo que el arte es la fortaleza y ¿Qué fortaleza? La fortaleza de la cordura. Generalmente muchos artistas creen que la gente es loca, puede que ellos sean locos pero el arte que ellos hacen es totalmente cuerdo… lo decía Truman Capote, que el arte no busca la verdad como la filosofía o la religión, el arte busca la cordura, y él que era más loco que la cresta, decía que la prueba de esto era que cada vez que se termina una época y queda la escoba con un sistema, con parte de la historia, ¿qué queda en pie? Una escultura, un poema, un cuadro. Eso es cordura pura, y todo lo que llevó a destruir esa época es pura locura. Entonces el arte obviamente que sana, sana absolutamente. El arte te hace vencer el tiempo y la muerte. 

¿Crees que el pintor habla a través de sus cuadros?

En mi caso yo creo que es meditación. O sea es mi forma de ver el mundo, yo me retroalimento del mundo, medito el mundo. El cuadro es una meditación, es cómo tú te paras en este mundo al cual tienes que vencer en el tiempo, en el poco tiempo que tienes, y cómo te adecúas, o te rebelas, o peleas, o sueñas; cómo te vas a relacionar con el mundo. Toda persona debiera meditar, tener una estrategia, ya sea consciente o inconsciente, de cómo va a vivir y de cómo va a morir. Mis cuadros, por lo tanto, son ultra biográficos, porque en el fondo yo estoy ocupando la materia prima de donde yo vivo. Si voy a la India y pinto a una niña de la India es biográfico en el sentido de que estoy en la India y conozco a esa niña, por lo tanto es pura realidad, pero también pinto desde la imaginación y trato de mezclar la realidad con la imaginación, que se junten, y que no sea como ¿Dónde empieza una y dónde termina la otra?. Si voy a la India y le digo a una cantante del desierto que me pose, yo la voy a interpretar como yo quiera, voy a pensar sobre ella mientras la estoy pintando, y tengo la posibilidad de estar una, dos, tres horas, a un metro de una persona, sin hablarle y mirándola. Eso no lo puedes hacer en ninguna otra parte, con ninguna otra persona.

¿Te importa cómo afectas al espectador, a quien está mirando tu arte?

Yo no pinto para él, pero lo más importante es que la única manera de que una obra esté viva es que se retroalimente del que la ve. Si alguien no ve una pintura, la pintura se empieza a morir como cualquier planta que no reciba sol, o cualquier persona que no reciba amor. Soy enemigo del arte en las calles, porque en los museos la gente puede concentrarse mejor para retroalimentar a esa escultura que está ahí o a esa pintura, y entregarle la visión que tiene de ella, la emoción que le está dando. Si tú no llegas al espectador estás jodido, porque nadie te va a retroalimentar la energía que está en esa pintura. Por eso yo digo que el arte es una piedra que tienes que tirar más allá de la familia, de los amigos y de los conocidos. Cuando tú llegas a mucha gente quiere decir que eres muy humano. Al final eso es lo más importante, el arte qué es, en esta alquimia, es meterte adentro de ti, que estás lleno de problemas, y de vida, y de todo, y sacar una joyita, y esa joyita te tiene que retroalimentar a ti, tiene que salvar tu pena de amor, tiene que darte alegría, tienen que darte ganas de bailar, o de decir “yo también voy a hacer una película”. 

ENTRE EL EROS Y EL HAMBRE, SIEMPRE SALVAR EL DÍA

Durante la entrevista, invitamos a Gonzalo a un ejercicio de reflexión en torno a los nombres de algunas de sus exposiciones, puesto que denotan formas bastante poéticas de referirse a su postura frente a la vida o a los temas que le interesan. ¿Qué nos dijo sobre ellas?

Volver a casa con un cuadro (2006)

En realidad ese es mi lema no para esa exposición sino que para todo, o sea, tengo otras actividades, pero en el fondo lo que a mí me interesa en esa cosa de salvar el día es volver a casa con un cuadro, y esa exposición se refería un poco a eso. Hay exposiciones que uno las prepara con tiempo y hay otras que te dicen “oye, salió una sala para dos meses más, ¿puedes?”, y esa fue así.

En toda dirección corre el mundo para ganarse el pan (2017)

Esta es un preámbulo para la exposición del libro del hambre. Estoy haciendo un libro del hambre, y una de las páginas del libro tiene ese título. En el planeta Tierra hay vida porque hay agua líquida, que es lo que no hay en otra parte del sistema solar nuestro, entonces uno se pregunta, “bueno, ¿qué hace la vida en el planeta Tierra?”; dos cosas: tiene hambre y se procrea, o sea hay eros y hay hambre, se alimenta y procrea. Son las dos cosas principales que pasan en el planeta a nivel de flora y fauna. Y a esas dos cosas el ser humano le agrega dos cosas más que no están en el resto de los animales; una es que sabe que va a morir, y la otra el hecho de comercializar algo. Por lo tanto mezcla esas cuatro cosas y de ahí salen las canciones de amor, los imperios, las guerras, los inventos, de ahí sale todo. En eso de “en toda dirección corre el mundo para ganarse el pan” estás atacando directamente a la palabra hambre, pero eso deja abierto a las otras posibilidades, al eros y también a la muerte, a saber que vas a morir y a comercializar. 

El retorno del ángel (2014). Respecto a esta muestra, señalaste en una entrevista que a los 30 años creías que el dinero era la energía que movía al mundo, que a los 20 pensabas que era Cristo, a los 10 Pelé y a los 5 tu mamá.  Estamos en 2019, ¿qué piensas de eso ahora, a poco de cumplir 60 años, ha cambiado nuevamente la respuesta?

Lo que pasa es que en uno de mis viajes me tocó pintar tres años a una modelo, una modelo que era demasiado linda, demasiado bella, demasiado intocable y demasiado todo. Entonces dije “¿Cómo puedo traspasar toda esta emoción en la tela sin tocarla, sin relacionarme con ella?”, y ahí entendí el amor místico, esa fuerza que de alguna manera te vuelve un poco loco, y dices “esa fuerza de dónde viene”, eso es Eros, es energía vital. Y los ángeles podrían ser, en la mitología, el último recuerdo del paraíso. Se supone que hay un paraíso original donde hay una historia de amor, entre Adán y Eva, que se rompe, y al romperse ese mito, al romperse esa pareja, ellos desaparecen. Ese mito de Adán y Eva está tomado de otros mitos más antiguos, y uno dice “ya, el mundo se inventó para que los amantes se vuelvan a encontrar”, y me da la impresión, tomando los arquetipos de distintas religiones, que el ángel es el último que ve a estos amantes, entonces si tú encuentras la hebra de dónde están los ángeles, podrías encontrar el camino, el sendero, la huella perdida de dónde están los amantes, y como Eros es la fuerza principal, la búsqueda es hacia Eros. 

VALPARAÍSO: ANFITEATRO DEL MAR Y DEL DESASTRE 

¿Qué te atrapó de Valparaíso, te atrapó realmente?

Al principio lo pinté no más, me gustó la vida marinera, llegué a pintar bares y en esos bares había chicas de la noche, y yo sabía que si entraba con un cuadro y abría mi maletita, esa maleta producía confianza, no me echaban, y no solamente eso, sino que te contaban sus vidas, mientras el marino no estaba. De esa época hasta ahora hay todo un estudio, vivencial por un lado y después de la mente, respecto a por qué Valparaíso es la ciudad más cantada, más filmada, más grabada, más pintada de Chile, por qué… Por una parte tiene mar, elemento que atraviesa toda la historia de la humanidad, y las ciudades puerto es donde mejor se cristaliza esa historia. La potencia cultural que tienen estas ciudades es increíble; en segundo lugar está el desastre que es Valparaíso, y finalmente su condición geográfica de anfiteatro, que es la promiscuidad misma del ser humano; está todo lo mejor y todo lo peor a flor de piel, sin esconderse, y eso se llama la condición humana. La condición humana es el pasto principal de toda actividad artística, o sea lo único que quiere un artista es que haya condición humana, que haya Eros, que haya muerte, que hayan celos, que haya rabia, todo el espectáculo griego está acá, y eso no lo encuentro en otras partes. 

¿Cómo te vinculas a la ciudad? 

Yo me vinculo estudiándola. Antes la habitaba, viviéndola, y ahora la tengo que estudiar porque es demasiado entretenida y demasiado caótica. Valparaíso es, para mí, un bolsillo sin fondo, donde metas lo que metas, igual se va a perder. El solo hecho de vivir en una ciudad puerto donde nadie sabe qué es una ciudad puerto, es algo totalmente surrealista. Llevo tres o cuatro años metiéndome en la cosa social, política, urbana más que nada, y me di cuenta de que aquí, cuando la gente habla de la ciudad habla de los perros vagos, habla de un montón de cosas que son de la ciudad, y el puerto queda fuera. Entonces hay dos mundos que no están comunicados; el mundo portuario sabe de puertos, sabe de cosas internacionales porque las ciudades puerto se comunican, y saben cosas de las navieras, pero no tienen idea de ciudades puertos, no les interesa, y el mundo de la ciudad no tenemos idea de puerto, y nos interesa la ciudad, y no vamos a poder sacar a la ciudad adelante sin relacionar esas dos cosas que antes estaban mezcladas. Esa es la ciudad puerto, la mezcla perfecta entre el urbanismo, el comercio, el cruce de razas, y esa cosa Valparaíso la perdió, y por lo tanto ahora tenemos amnesia del mar, el porteño ya no se acuerda del mar porque está separado, físicamente por un alambre de púas incluso. 

EL ACTO POÉTICO DE MIRARSE A UNO MISMO

En 2016 hiciste una exposición y publicaste el libro homónimo El último día del año, una serie de autorretratos que te vienes haciendo cada 31 de diciembre desde 1992. ¿Por qué te haces los autorretratos anuales?

Es una cosa atávica del ser humano, de que cada cierta época todas las razas, de alguna manera, escogen un día al año donde empiezan un nuevo ciclo. El 31 de diciembre es el día más angustiante de Valparaíso, porque empieza a llegar mucha gente y todos con unas ansias de pasarlo bien. A las familias las ves peleando porque “¡te levantaste tarde y perdimos el lugar!”, o el otro que quería salir más elegante llegó atrasado a los fuegos artificiales. Hay una tensión porque las ganas de pasarlo bien son demasiado grandes. Cuando recién llegué eso me producía angustia, y decía “voy a tratar de sacarme esa angustia, voy a hacerme un autorretrato y el autorretrato va a ser mi fuego de artificio”. Yo me pinto, más que buscando el retrato parecido, para dejar constancia de qué me pasó ese año, cosa que yo después vea el cuadro y diga “ah, estoy con sombrero mexicano”, quiere decir que ese año estuve en México, cosas bien banales.

¿Es un ritual, no es una obligación?

No, es un acto poético. 

¿Y lo vas a seguir haciendo?

Sí. Y funciona. El último día del año es un gran título.

Me gustaría que cada región tuviera un museo con los artistas locales. Cada artista tiene mucha energía en su casa, porque tiene muchos recuerdos, muchos cuadros que nunca quiso vender, una joyita, un dibujito, es pura energía que se pierde y que perdemos todos, porque en el fondo es cultura. Los países pobres no tenemos por qué no tener cultura.

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