Sabemos que los restos del ancestro más antiguo del hombre, un australopithecus afarensis tiene 3,2 millones de años de antigüedad y que los fósiles más antiguos de Homo sapiens cuentan con una antigüedad de casi 200.000 años, que los últimos 2.000 años representan sólo el 1% de nuestra evolución y los últimos 100 años el 0,05%. Nos podemos dar cuenta entonces, dada la lenta evolución de nuestro cerebro, que éste está preparado para un mundo que no es el de hoy (está demás abundar en el desarrollo tecnológico y transformaciones sociales vividas en las últimas décadas). Esto significa que los automatismos desarrollados en nuestra estructura cerebral para adaptarse a un medio más o menos estable durante cientos de miles de años nos dificultan el acoplamiento al mundo actual y hacen necesaria la reflexión, toma de conciencia de nuestros comportamientos y análisis de nuestro ser en el mundo y efectividad en el medio.
El desarrollo del pensar pasa hoy en día a tener un rol importantísimo a través de herramientas como Mentoring, con mayor razón cuando las ciencias cognitivas dan cuenta ya hace rato que nuestra realidad la construimos en el lenguaje, por lo que mientras mayores perspectivas asumamos y revisemos en nuestro pensar acerca de nuestra identidad y experiencias, viviremos un mundo más rico y con mayores herramientas para co-crear con otros a través del diálogo fomentado por iniciativas como el Mentoring.
La limitada perspectiva habitual y cotidiana sobre nuestra realidad y sobre nosotros mismos rigidiza nuestras posibilidades a través de hábitos que son posibles de modificar, ampliando así nuestras opciones de acción a través de la re-creación del sí mismo y cambio de creencias que genera el diálogo del mentoring. Cuando no podemos realizar cambios en el medio para acoplarnos con él, se hace más necesaria la transformación del ser que conduzca a un hacer dotado de mayor sentido y efectividad. A veces incluso basta el sólo hecho de replantearnos nuestras capacidades re interpretando el “cuento que nos contamos de nosotros mismos”.
Es necesario entonces el desarrollo del pensar reflexivo desde la dialéctica que nos ayude a acoplarnos a nuestro medio, deteniéndonos en nuestra experiencia y la de otros para reflexionar y tomar conciencia de nuestro vivir, acelerando nuestro aprendizaje sobre nosotros mismos más allá del aprendizaje técnico que habitualmente domina nuestras conversaciones laborales y personales.
En resumen, el Mentoring de Desarrollo proporciona una invitación a mirar la experiencia desde una posición perceptual diferente a la del observador (en espacio o tiempo) que genera nuevas reflexiones y cambios de creencia que pueden ayudar incluso a explicar de otra forma la propia identidad. Desde un “ser diferentes” podemos “sentirnos distinto” y “hacer diferente” también.
Un capítulo aparte merece el mentoring de desarrollo en el ámbito de las organizaciones, donde aporta importantes beneficios en cuanto a, por ejemplo, generar conversaciones útiles para la transformación cultural, acelerar el desarrollo de talentos, desarrollo de compromiso y retención; siendo un aporte relevante para sus propietarios, quienes las dirigen y quienes trabajan en ellas.
Por Francisco Schultzky.